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viernes, 12 de junio de 2020

Lágrimas

Frente a frente, los ojos clavados, sumergidas en la inmensa soledad, lugar en que tan sólo ellas pueden verse, enredadas en sus miradas, hablando con los mensajes que sus retinas dibujan a escasos centímetros de distancia. Sienten el frío recorrer los poros de sus pieles, la una, la otra, sin ropa que abrigue, sin brazos que cobijen.
Esta, contempla el rostro de aquella mientras aquella, reproduce los gestos de su observadora. La complicidad colorea el gris cuarto donde se encuentran, crea notas para romper el silencio de los dos metros cuadrados en que se albergan. Es su rincón, su espacio, su lugar, su escondite. Allí, se han cobijado, encontrado y acompañado, se han amado, entendido, mirado y escuchado.
Hoy, una vez más, frente a frente, esta mira los ojos de aquella y no comprende el color que han tomado, la curva que han formado. No entiende las marcas, las señales, las cicatrices, no habla, no se expresa, no grita, sólo llora.
Las lágrimas escuecen al salir, en los ojos de esta, en el camino que recorren por los pliegues de la nariz, por las mejillas en su carrera hasta la comisura de los labios, aquella llora del mismo modo, por los mismos motivos, la impotencia, la soledad, el dolor, el sufrimiento. Esta la compadece, la siente, oye su acelerado palpitar, con eco que retumba en las sombrías paredes.
La incomprensión se ha hecho hueco, ha tomado los muros del frío baño, los ha convertido en su cárcel y al mismo tiempo en su palacio. Y ahí están, la una junto a la otra, sin mediar palabra, sollozando, y compartiendo cada uno de los gestos, cada una de las sensaciones de escozor que las saladas lágrimas van provocando.
Desde que nacen y se vierten, desde que entran en las abiertas heridas de aquella, el dolor se incrementa en esta, el temor y los lloros se acentúan en ambas, y como ríos que desbordan su cauce, se apresuran por el rostro.
Lágrimas que entran en la boca, y es esta la que ve como, en aquella, superan las comisuras. Como toman el rojizo de la sangre que recogen de los rotos labios. Fluyen, descienden hasta llegar a su barbilla también amoratada, se lanzan, se precipitan al vacío con el único destino posible, el lavabo impregnado de todas aquellas que las precedieron, que ya dejaron de escocer y limpiar heridas para caer en el olvido de aquella, en la incomprensión de esta.
Esta, centrada en la imagen de aquella, en su dolor, su tristeza, su soledad, en cuidarla, protegerla, amarla y quererla, en ayudarla, animarla, enseñarla y sacarla del pozo en que habita, esta, se olvidaba y no pensaba, no entendía ni exploraba, más allá de su mirada ya fijada.
Hoy si, hoy esta ha perseguido sus lágrimas y no las de aquella, ha mirado y observado, los ojos ha girado y se ha encontrado con el mosaico dibujado, un lavabo ensangrentado.
Se ha percatado, la imagen de aquella, en el espejo, es tan sólo la imagen de esta, el reflejo.

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